Antonio, 53 años y nacido en Madrid, el sexto de ocho hermanos, lleva tiempo asistiendo a la iglesia en Canillejas. Es un hombre apacible, servicial, siempre tiene una sonrisa y algo amable qué decir. Pero su vida no siempre fue así. Quiere compartir como Dios le sacó de un infierno para darle una vida nueva.

De joven estaba siempre metido en líos. Esto, combinado con los tiempos que corrían en España con la muerte de Franco, ideologías y filosofías utópicas, le llevaron a meterse en una vida donde todo se mezclaba con el alcohol y la droga. A medida que sus consumos subían, subía la necesidad de dinero y llegaron los delitos e infracciones de la ley. Así era la vida de un politoxicómano. Al pasar los años, Antonio veía las consecuencias y las secuelas de esa vida en su propio cuerpo y a su alrededor. La heroína deja una generación muerta, enferma, presa. La LSD y la coca dejan más muerte, violencia, ruina. El entorno, los «colegas», todo se va derrumbando.
Así pasaron alrededor de treinta años, saliendo vivo de peleas, tiroteos y relaciones de riesgo. En el trabajo, cumplía, pero llegaron los despidos, y en un famoso ERE de cien personas, Antonio se encuentra en la calle con los gastos disparados por el consumo.
Sobrevivía porque vivía con su madre pero cuando ésta se cayó enferma, las cosas cambiaron. Una noche su madre tuvo una caída grave y la llevaron a urgencias y Antonio se sentía culpable y avergonzado porque no le había cuidado como ella merecía y veía que su madre su moría.

«Fueron meses de mucha presión, estaba reventado, el malestar no se me quitaba. En mi interior, con temor y respeto de Dios, mi corazón me pedía clamar, buscar a Dios, veía que era real. Lo veía en mis hermanas, sus familias, ese amor, la paz. Entonces clamé por mi madre, pidiendo a Dios que la salvara y que me perdonara porque sabía que no la había tratado bien.»
«Recuerdo que hubo como un descanso, una pausa, una paz. Pensé que estaba soñando, pero cuando abrí los ojos sentía mucho frio y vi que ya no estaba en el sofá, estaba en el suelo, en el pasillo. Y Dios me respondió: «Ya te he oído.»
«Esa noche recibí al Señor, lo acepté, hice pacto con Él de seguirlo y servirlo. Descansé un rato, me levanté distinto, tanto que llamé a una de mis hermanas para que me llevara a un centro cristiano que ella conocía. Hablamos con el centro y ese mismo día dormí en Barcelona, en un centro de Reto.»
Antonio pasó un tiempo en uno de los centros de rehabilitación de Reto y cuando salió quería contar a sus «colegas» que hay salida de la droga. Pensaba que podía con ello así que, él solo, intentaba hablarles de Dios. Desgraciadamente, tuvo una recaída al volver a estar en contacto con esos ambientes.
Pero ya había catado la vida nueva con Dios así que nuevamente clamó a Dios, prometiendo volver a la comunidad de Reto. Pero esta vez sintió que debía ir al programa de la Comunidad de Madrid, Centro de Atención al drogodependiente (C.A.D.) donde le ayudaron a salir de la droga.
«Según sus parámetros, estadísticas y porcentajes lo mío ‘no era lógico, ni razonable’. Desde el primer día hasta el último, me identifiqué como cristiano, que si estoy sano (sin enfermedad), liberado (sin hábitos) y sobre todo salvo, es por el amor del Padre, la gracia de Jesucristo, en comunión con el Espíritu Santo.»
«Hoy en día vivo en casa de mi madre. Ella ya partió con el Señor pero antes estaba en una residencia, en su sillita de ruedas y yo la visitaba una vez por semana. Sabía de mi cambio de vida, es en parte obra suya, al usarla el Señor con su enfermedad. Vivo en el barrio, me congrego en la iglesia del barrio y tengo una carga por él. Salir a evangelizar al parque es un reto cuando la necesidad es tal y a veces, injusta y cruel. Solo puedo escucharlos, ofrecer una oración, palabras de esperanza, una sonrisa, una canción.»
«Este es un mensaje de ánimo y esperanza, en general, para todo el mundo. Doy fe de que para Dios no hay nada imposible. Cree y confía en El. Búscale, clámale por un milagro, por tu madre, mujer, hermana, amiga. Servir al Señor Dios, es una vida completa y maravillosa.»
Dios os bendiga y proteja, Antonio Martín